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No así Castelar, que en
aquellos años brillaba con todo su esplendor en el cenit mental de España. Su
oratoria opulenta, de lozanía plateresca, exuberante de formas paganas
enlazadas graciosamente con formas góticas, enloquecía los cerebros juveniles.
En el Ateneo y en la Universidad, aquel supremo artista de la palabra construía
la arquitectura espléndida de sus discursos, nunca fatigosos por largos que
fueran, áureos y relumbrantes de piedras preciosas como la Custodia de Toledo,
como ella gentiles y teológicos. Gente había que admiraba su retórica y ponía
en cuarentena sus ideas, viendo en ellas un ariete contra las posiciones, los
privilegios y las sinecuras; otros lo aceptaban todo y alababan fondo y forma.
La doctrina democrática iba con tal apóstol penetrando en los entendimientos y
extendiéndose por ciudades y campos como los sones de un órgano potente. El
alma de los pueblos gusta de esta música oratoria y se abre con embeleso a las
ideas expresadas con ritmo y cadencia. Siempre hubo poetas que enseñaron las
verdades; siempre la música política y filosófica precedió a las grandes
mudanzas en el ser de las naciones.
Prim
Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Aguilar, Madrid 1981, página 903.
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