viernes, 5 de marzo de 2021

EMILIO CASTELAR

 

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No así Castelar, que en aquellos años brillaba con todo su esplendor en el cenit mental de España. Su oratoria opulenta, de lozanía plateresca, exuberante de formas paganas enlazadas graciosamente con formas góticas, enloquecía los cerebros juveniles. En el Ateneo y en la Universidad, aquel supremo artista de la palabra construía la arquitectura espléndida de sus discursos, nunca fatigosos por largos que fueran, áureos y relumbrantes de piedras preciosas como la Custodia de Toledo, como ella gentiles y teológicos. Gente había que admiraba su retórica y ponía en cuarentena sus ideas, viendo en ellas un ariete contra las posiciones, los privilegios y las sinecuras; otros lo aceptaban todo y alababan fondo y forma. La doctrina democrática iba con tal apóstol penetrando en los entendimientos y extendiéndose por ciudades y campos como los sones de un órgano potente. El alma de los pueblos gusta de esta música oratoria y se abre con embeleso a las ideas expresadas con ritmo y cadencia. Siempre hubo poetas que enseñaron las verdades; siempre la música política y filosófica precedió a las grandes mudanzas en el ser de las naciones.

Prim

Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Aguilar, Madrid 1981, página 903.



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